El feroz desencanto. Motivado por la no menos amarga
espera, espera a que lo que queda se desmorone.
Si se ve 'Solo los Amantes Sobreviven' como solo un
relato entre dos seres sobrenaturales se pierde la melancolía que impregna cada
uno de sus fotogramas.
Estamos viviendo en las ruinas de un mundo que fue maravilloso, y solo con el paso del tiempo podemos darnos cuenta, un tiempo fugaz para la mente humana, apenas unas cuántas centurias para los ojos del vampiro.
Estamos viviendo en las ruinas de un mundo que fue maravilloso, y solo con el paso del tiempo podemos darnos cuenta, un tiempo fugaz para la mente humana, apenas unas cuántas centurias para los ojos del vampiro.
Adán y Eva son los dos amantes del título, separados
muy probablemente por su propia inmortalidad (cuando has visto caer reinos e
imperios pasar años lejos de tu pareja debe ser como irse de fin de semana),
ambos viviendo en dos ciudades tan bellas en sus detalles como ocultas a plena
vista: Detroit y Tánger.
Si tienen en común algo, es su mutuo amor por los clásicos, y la frágil supervivencia de una especie como la suya: matar a alguien en plena era moderna puede meterte en muchos problemas.
Si tienen en común algo, es su mutuo amor por los clásicos, y la frágil supervivencia de una especie como la suya: matar a alguien en plena era moderna puede meterte en muchos problemas.
La idea de la muerte sobrevuela los pensamientos de
estas criaturas de la noche, como inevitable destino, pero también como estado
de ánimo. Llaman a los humanos "zombies", incapaces de pensar,
incapaces de ver, incapacitados para todo.
Son náufragos en una sociedad que les repugna, y como tales viven en los márgenes donde hay menos suciedad (figurativa): las interminables carreteras nocturnas del Detroit industrial, y los palacios que olvidaron su función conformándose con ser aparcamientos.
Probablemente sienten simpatía: son reliquias, viviendo en reliquias. La inmortalidad nunca acaba, pero si acaba su propósito.
Son náufragos en una sociedad que les repugna, y como tales viven en los márgenes donde hay menos suciedad (figurativa): las interminables carreteras nocturnas del Detroit industrial, y los palacios que olvidaron su función conformándose con ser aparcamientos.
Probablemente sienten simpatía: son reliquias, viviendo en reliquias. La inmortalidad nunca acaba, pero si acaba su propósito.
¿Para qué (sobre)vivir cuando los motivos se agotan?
¿Para qué mancharse las manos si la recompensa se diluye entre las mareas del
tiempo, y solo acaba siendo otro olvido en el rincón?
Hay, sin duda, una mirada cruel a la vida y su propósito, a ratos solo mitigada por las palabras, canciones o películas que otros han dedicado a desentrañar sus misterios. Probablemente se llegue a la conclusión de que necesitamos un fin, todo debe acabar, pero hasta para eso somos demasiado orgullosos, queremos ver como acaba.
Hay, sin duda, una mirada cruel a la vida y su propósito, a ratos solo mitigada por las palabras, canciones o películas que otros han dedicado a desentrañar sus misterios. Probablemente se llegue a la conclusión de que necesitamos un fin, todo debe acabar, pero hasta para eso somos demasiado orgullosos, queremos ver como acaba.
Adán y Eva, despojados de sus ataduras, al borde de
un mundo que se desmorona, pero todavía no desolado de maravillas, casi esperan
el amanecer que les traerá paz, al eterno nihilista y a la imperturbable
cariñosa.
Casi.
Porque si existe un motivo para la vida, eterna o no, puede ser compartirla con alguien que sepa que antes todo era diferente. Y a lo mejor el día de mañana puede ser igual.
Casi.
Porque si existe un motivo para la vida, eterna o no, puede ser compartirla con alguien que sepa que antes todo era diferente. Y a lo mejor el día de mañana puede ser igual.
Esa supervivencia a la que nos aferramos, pese a
todo y a todos, y sin embargo a causa de ese alguien.
Nota: 7 / 10
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