sábado, 21 de febrero de 2015

Siempre Alice (2014), de Richard Glatzer y Wash Westmoreland


Es algo curioso, la lucha contra uno mismo.
Una lucha que en el fondo es la derrota, pues nadie conoce más nuestras debilidades que nosotros mismos.

En el caso de Alice, la lucha es más que nunca contra su propia persona, una profesora de éxito y buena familia, hasta pasar a ser casi un vegetal dependiente.
Algo duro, que en ningún momento se trata con el temido sentimentalismo, sino más bien con una sensación inexorable de cambio: está sucediendo y no va a parar hasta ser completo. Al principio, en forma de breves brotes de pánico, luego en forma de olvidos pequeños, hasta ya ni ser capaz de recordar que se ha olvidado.



Es de importancia capital el marido e hijos de Alice: testigos callados de su degeneración, que poco a poco no podrán evitar verla como una carga.
No se rehuye que más de una vez Alice es una carga y hasta una fuente de incomodidad para los suyos, y es de apreciar, pues casi nunca se toca el tema. Aquí vemos caras de incredulidad y fastidio en más de un olvido, lo que hace de su enfermedad algo más cruel y dañino, capaz de alejarla de lo único que quiere.

Increíble esos momentos de inesperada fuerza, ese discurso de la propia Alice acerca de su propia enfermedad y lo que significa.
Dejando claro que si lo pierde todo, que si incluso el recuerdo brillante de ella reafirmándose con su dolencia se desvanece, siempre quedará el haberlo intentado, el no haber dejado que su vida se escape por el sumidero, aún cuando todo parecía perdido. Como ella misma dice, recordar palabras que se niegan a ser cogidas es una tarea casi imposible, y ella tratara de convertirlo en arte, su arte.


Lo cierto es que nadie nos puede enseñar contra las trampas de la biología, de nuestro propio cuerpo, de nuestra propia mente, algo que queda dolorosamente claro al final del camino.
¿Pero hay una respuesta? Claro que sí, la propia Alice lo dice: "Amor... y amor". No se podría haber sintetizado mejor.

Nota: 7/10

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