miércoles, 8 de mayo de 2013

Berberian Sound Studio (2012), de Peter Strickland



El 'giallo'. 
Aquel género fruto de las mentes de un par de visionarios que, por cultura o simple inspiración, renovaron toda una manera de ver el terror, o concebirlo en pantalla. Una renovación que sugería cierto espíritu cultivado, de locos o genios, aunque esa frontera muchas veces se disipa. 
Se ha dicho que 'Berberian Sound Studio' es un 'giallo'. No lo es. 
Es un animal nuevo, diferente y sangrante, que como aquel género hiciera hace un par de décadas, coge sus hoy desgastados huesos y los lleva al siguiente nivel: el de la locura subconsciente.


Si el 'giallo' se construía sobre imágenes pesadillescas sin aparente sentido, esta película se construye en tu oído y tu imaginación. 
No estás viendo nada relevante, no estás oyendo nada fuera de lo común. Pero es esa sensación de amenaza, de lúgubredad, de extraña repulsa a lo diferente la que poco a poco, y con detalles cada vez menos sutiles, va invadiendo tu mente sin que te des cuenta.
Llega Gilderoy a un estudio de sonido italiano, donde debe realizar los efectos de un film de terror. Poco a poco, su descenso a los infiernos será más gradual: ve cosas, oye cosas... que el espectador no ve ni oye, pero siente. 
Dejando de lado el fascinante mundo que conformaban los métodos de trabajo en este tipo de películas (pues no son películas de terror, como se dice determinado momento, solo son películas duras y viscerales), la sensación de alienamiento será cada vez más brutal dentro del propio estudio, acorralado por una cultura que no entiende. 
Se va dejando de lado cada vez más la realidad, y se forma un nuevo mundo onírico conducido por el sonido y todas sus distorsiones. Que perturbador puede ser ver una escena de violencia que no produce ruido alguno.


Atrapado en la eterna sala de montaje, Gilderoy ve pasar a seres cada vez más extraños realizando sonidos: como olvidarse de los inquietantes gemelos provocando el asesinato de la sandía (que incluso ofrecen como curiosa iniciación), pero lo que más impacta es ver a los artistas de gritos filmados de manera macabra y antinatural, como criaturas míticas a los que cámara de Peter Strickland presta total atención en sus arrugas y gestos. 
Es curioso comprobar como las únicas que parecen frágiles en aquella inquietante cabina de sonido son las mujeres jóvenes, las mismas que están amenazadas por la sexualidad de los máximos responsables Francesco y Santini, director de la película sonorizada. Contrasta con la atención y cariño del propio Gilderoy, escribiendo cartas a su madre.
Flota en el ambiente el evidente desconcierto de Gilderoy respecto a la cultura ajena, con esos abrazos que su refinamiento inglés no acaba de poder procesar, y la violencia de sentirte criticado en otro idioma. 
A eso se añade los inevitables cabreos de producción: Strickland fija una visión del cine poco halagadora, llena de intereses y falta de entusiasmo, dentro de ese estudio de cuatro paredes donde solo se puede comer y ser comido, como le explica una "actriz" a Gilderoy durante un apagón, el único momento en que puedes estar seguro de que nadie está grabando.


¿Pero de que va exactamente 'Berberian Sound Studio'? 
No se puede saber a ciencia cierta. Es una película de extremos violentos, de fantasías improbables y gritos en la oscuridad. 
Sin ir más lejos, la mejor escena es un ejemplo de metacine retorcido: Gilderoy se ve a si mismo, su yo de hace unos segundos, doblado al italiano en la pantalla. En ese momento, alguien llama a la puerta del estudio y Gilderoy intenta por todos los medios no dejarse entrar a si mismo, para evitar perder la poca cabeza que le queda. 
La pantalla parece una extraña cuarta pared a atravesar, que poco a poco va tomando más sentido que la realidad que refleja. Finalmente, el director tenía razón, su película no es de terror, es real como la vida misma. ¿Quién puede definir lo que es real cuando estás creando una realidad sonora dentro de otra realidad?
Habrá quien la considere un petardo aburrido, otros que la consideren una fascinante meditación sobre la relatividad de lo oído. 
Me quedo con su retrato de los trabajadores del cine: psicópatas camuflados de poetas construyendo meticulosamente espejos de sus delirios.

Nota: 7 / 10

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