viernes, 2 de mayo de 2014

El Tour de los Muppets (2014), de James Bobin


Sin medias tintas, los Muppets, esos ya lejanos Teleñecos, son una reliquia del pasado.
Tú lo sabes, sus creadores lo saben, hasta ellos mismos lo saben. Muñecos de trapo cuyo principal atractivo semana tras semana era llenar la televisión con números musicales y estrellas invitadas, un pequeño espacio donde nadie era demasiado mayor ni demasiado niño. 
La película de hace tres años era un recorrido nostálgico por esa etapa, y ahora quedan fuera las estrellas y la novedad, así que ¿qué queda por ofrecer?


Lo de siempre. Como nunca. 
Una bacanal sin freno de ridículeces, absurdos sin temor y agudos dardos en todas direcciones. Los Muppets vuelven y lo hacen para asegurarse de que has asistido al mayor espectáculo del mundo, uno como los de antaño pero con toda la fuerza de lo nuevo. 
Cargan contra si mismos, anacrónicas marionetas que ya llevan 7 películas a las espaldas, que han hecho de la extravagancia bandera y cuyo principal orgullo es su ingenuidad. Que nadie se equivoque, no es una vuelta al pasado, es una continuación, que no actualización, de algo que nunca debió quedar en barbecho.
Un tour mundial es excusa para hacer verdadera burla de la identidad nacional de todos los visitados, que sin duda lo peor que podrían hacer es sentirse molestos en vez de verse acertadamente reflejados. Toros, macarena y olé en España, pero el pullazo al fútbol demuestra que detrás de cada burla hay inteligencia afilada, como en todas las facetas de ese grandísimo inspector que Ty Burrell convierte en fiel representación de nuestra calma europea. 
Literalmente, no dejar títere con cabeza (razón para comprender por qué el usualmente más ácido Ricky Gervais se ha metido en uno de los mejores papeles de su carrera).


Aunque el verdadero protagonismo surge de los números musicales, pequeñas obras maestras que hacen míticas frases estúpidas. 
Nada es demasiado serio como para no entrar al trapo con una estrofa que inmediatamente convertirá la pantalla en un raudal creativo de gags y coreografías. Justo como lo hicieron, hace años, aquella magia que nos daba la edad perfecta a todos sigue a prueba de ironías.
Pero la verdad ha saltado: esta secuela se ha estrellado y de nuevo los Muppets corren riesgo de quedar sin vida en el almacén de un mundo que considera que no tiene sitio para ellos. 
No hay que llorar, pues no todas las lágrimas son amargas. Sobre todo las que vienen por contagiosa alegría de este magnífico fin de fiesta en el que los Muppets han hecho una vez más lo que mejor saben hacer: ser únicos.
Gracias a Gustavo y compañía, hemos podido recordar por unos breves instantes reírnos del sinsentido que nos rodea en este nuevo y dirán que oscuro siglo. 
Y son ese tipo de cosas tan puras las que solo podrían transpirar creaciones como esta.



Hasta siempre, grandes.

Nota: 10 / 10

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