sábado, 5 de marzo de 2016

Vulcania (2015), de José Skaf [XIII Muestra Syfy]


La distopía, como género, viene a ser la perfecta excusa para hablar del individuo.
Es decir, aquel que, consciente de su condición de engranaje dentro de una máquina uniforme socializada, decide tomar las riendas de su destino, a pesar de que fuerzas casi siempre superiores le opriman.
Entonces, como tal, ese individuo debería poseer un don, único y especial, por el que a través de él veamos lo diferentes que somos, y lo mucho que podemos aportar. Resumiendo, que tu distopía vale lo que vale tu protagonista.

'Vulcania' tiene clara la primera parte, y patina en la segunda.
Como relato casi fantástico de una sociedad jerarquizada y represiva, es muy notable, pero como narración de una persona contra ese sistema deja mucho que desear, porque no tiene guía, le falta a alguien que nos lleve de la mano a este mundo.
Cuesta poco ver al director ensimismado con su distintivo diseño de producción, recreándose en cada glorioso gesto e inflexión de voz de un magnífico José Sacristán como voz omnipotente del régimen, pero sí cuesta mucho creer que tuviera algún tipo de fascinación por Jonás, quien se supone nuestro protagonista.



Es por eso que, literalmente al principio, este pueblo aislado nos fascina: vemos símbolos en cada pared y ventana, que más tarde identificamos como dos grupos, así como una vestimenta cuidada para diferenciarlos, en un entorno donde se palpa más el óxido de las tradiciones que el que asoma por los ladrillos. Puro lenguaje visual, sutil, que no necesita de subrayados para mostrarse, solo la adecuada atmósfera.
Una fábrica se erige en la montaña, dominando el pequeño valle, casi una grotesca construcción metalúrgica que es juez del destino de cada uno. En el funeral presenciado todos son iguales, mismas miradas, mismas caras, mismas represiones. Incluso un picnic en la montaña parece tener el mismo sentir que el funeral, como si las alegrías, tristezas, emociones intensas, hubieran sido erradicadas ante el plomizo sentir general.
La banda sonora, adecuadamente onírica, termina de redondear el cuadro de un entorno increíble, del que queremos saber más, pese a que breves insertos de la Biblia (solemnes, efectivos) nos estén dando alguna pista.

Entonces se nos presenta a Jonás, y creemos que su causa será la nuestra: estamos con él, huyendo de miradas indiscretas de personas anuladas, buscando la promesa de una libertad casi irreal, cautivados por la belleza de una joven triste a la que querríamos ver feliz.
Pero pronto la historia se pierde en recovecos innecesarios, enredos familiares y supuestas conspiraciones que no interesan. Abandonamos el punto de vista de Jonás, sin dejar de notar que él podría haber hecho más por ganarse nuestra atención, si hubiera interesado darle esa voz.


Como tal, Vulcania solo acaba siendo la perfecta traslación de una distopía, enamorada de sus detalles de metal fundido y apagados colores, pero completamente estéril en la práctica.
Lo peor sería, probablemente, hacer del camino del individuo, aquel rebelde que quiso demostrar su valía, algo tan rutinario que no nos despierta ansia de propia libertad, ni mirada crítica a las propias máquinas de las que somos engranajes.

Nota: 5/10

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