sábado, 17 de septiembre de 2016

No Respires (2016), de Fede Álvarez


Al principio, solo vemos un barrio desolado de Detroit.
Y, como si fuera el microscopio de un sociólogo curioso, la cámara acerca su lente a pie de calle, descubriéndonos a un hombre arrastrando un cuerpo.
Lo que parecía un simple barrio se transforma, con solo mirar más de cerca, en una estampa de terror.

'No Respires' tiene mucho de eso: su desarrollo se compone de insignificantes momentos y detalles, que una vez pasados acaban provocando una huella permanente más allá de la primera impresión.
Sus personajes también se benefician de este trato, pues a primera vista no son más que una pandilla de ladronzuelos de tres al cuarto, que sobreviven con lo que consiguen sacar de casas adineradas. No es hasta más tarde, lejos de sus operaciones de infiltración, cuando se revelan vulnerables, tristes y atrapados en un entorno que preferirían cambiar algún día.

A Rocky le gustaría llevar a su hermana a California en un futuro, de igual manera que a Alex le gustaría irse con ella, con la esperanza de tener más relación que la que hasta el momento han tenido. No cuesta mucho ver a Money, el novio de Rocky, como el instigador de ambos, el único que tiene suficientes cojones para cometer los robos aprovechándose del sueño común de llegar algún día a ver la playa. Lo que vemos aquí no son "solo" ladrones, sino que en apenas cuatro apuntes vemos como son jóvenes con esperanzas, y determinación para cumplirlas.

Entonces llega el soplo de que en la casa del Ciego hay dinero suficiente para cumplir el sueño. Y, tras las inevitables dudas, los tres se dirigirán a recoger la legítima recompensa por aguantar tantos años de malos tratos, padres ausentes y una ciudad sin oportunidades para ellos.
Fede Álvarez convierte, sin que apenas se note el titánico esfuerzo, un robo nocturno en una intrusión sin salida a la mismísima boca del lobo: las sombras crecen en la oscuridad, y a nosotros se nos acelera el pulso al pensar que puede habitar cualquier cosa en ellas, que nos salte de improviso por semejante atrevimiento.
Entra en escena la tensión, y no nos habíamos dado cuenta de que estaba por todas partes ya mucho antes de que los tres chavales se metieran en la casa. Hasta ese momento solo se había insinuado en detalles extraños, retorcidos, que parece que no deberían estar allí pero que la adrenalina por el robo ha dejado sin interés en un principio ("hay cuatro cerraduras"... "todas las ventanas tienen rejas"... "no hay ni un alma en la calle"... "duerme con un vídeo de su hija puesto"...).


La casa, una casa cualquiera, pasa a ser el reino del Ciego.
Y este también se revela, una vez acercada la lente, como un perverso psicópata que va dando caza a los jóvenes ladrones que se han acercado voluntariamente a su morada.
Las habitaciones a media luz, las fotos dispuestas invertidamente y hasta la ausencia total de sonidos dibujan un panorama desolador a medida que pasan los minutos, como si la propia casa fuera una extensión del poderoso físico del invidente, que se reordena a placer en su geografía extraña para que, justo la salida que buscan, esté cerrada. Justo el objeto que ansían, está fuera de su alcance. Y justo la única salida posible pasa tan cerca del abominable bruto que podrías respirar su aliento.
Es un esquema que guarda sus trampas y que podría languidecer en interés, pero Fede Álvarez se las ingenia para que ningún rincón sea seguro, y para que cada gesto insignificante se convierta en el peor error posible. Encima, Álvarez es un maestro sádico de los "momentos valle": justo el momento siguiente al susto, cuando ya crees que no hay nada peor, se las ingenia para que el terror vuelva a retorcerte el cuello.

Por si fuera poco que añadir a la excelente y terrorífica fuga, 'No Respires' expone veladamente un comentario social que crece sus ya de por sí extraordinarias ambiciones.
No se nos debería escapar que esto es un enfrentamiento entre una juventud pobre y sin objetivos contra una madurez astuta que ha sacado todo lo posible a esa juventud, y lo guarda celosamente para que no puedan recuperarlo. Existe un fondo de canibalismo social, de malsana crueldad, que convierte a los paisajes urbanos de Detroit en una jungla donde sobrevive el más fuerte, o el que consigue escapar de ella.
Y nunca sabremos qué secretos turbios guarda la cueva del vecino, o que esqueletos despellejados moran en su sótano, cuáles son los sacrificios personales y morales que ha tenido que cometer.
El Ciego exclama en un punto "vosotros, los jóvenes, no entendéis nada". Y probablemente, en su particular mirada, tenga toda la razón del mundo, sin por ello dejar de ser casi una bestia sobrenatural que ha aprendido a sobrevivir frente los vecinos que se van, las oportunidades que faltan y los jóvenes sin respeto.


La clase de intrahistoria que convierte este asalto nocturno en una perturbadora reflexión sobre una juventud que se agarra a sus sueños de cambio con uñas y dientes.
Eso no quiere decir que por ello vayan a dejar de sentir la penetrante, permanente y ciega mirada de la madurez en su nuca. Esperando, perturbando, juzgando desde la oscuridad.

Nota: 8/10

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