miércoles, 15 de mayo de 2013

La Delgada Línea Roja (1998), de Terrence Malick


La delgada línea roja. 
Ese pequeño trazo del mapa que solo los coroneles ven puede ser para ellos solo otra posición estratégica, solo otro punto a conquistar y limpiar de enemigos. 
Pero para los soldados de esa línea, es otra cosa: una realidad de muerte, confusión y dolor. Un paréntesis extraño que te arroja fuera de cualquier tipo de calidez.
La ubicación ya es simbólica de por si, la isla de Guadalcanal en la 2º Guerra Mundial. Con todas las atrocidades que sucedían en el Viejo Continente, parece hasta irresponsable situar la contienda en una isla perdida del Pacífico para elaborar esta historia bélica. 
Y sin embargo lloramos, nos maravillamos, estamos dentro de un conflicto como ningún otro. Dar notoriedad a algo que para muchos solo eran estadísticas al otro lado del mundo refuerza el mensaje de esta película. 
No se trata de ninguna infiltración en el Berlín ocupado, solo la toma de una colina. Tan solo conquistar un pequeño pedazo de tierra.
En ese lugar inhóspito se presenta un gran grupo del ejército, cada uno habiendo abandonado su felicidad atrás. Por qué, nunca lo sabremos, por qué esta guerra, por qué esta crueldad... demasiados por qués sin respuesta. 
Alterando la paz de los nativos, que tranquilos están (increíble aquel hombre andando tranquilamente entre el batallón), y trayendo el sonido de la muerte a lo que antes era una colina silenciosa. Otra vez nos tendríamos que preguntar por qué hombres buenos van a lugares alejados de sus casas y apuntan a la cabeza de su prójimo, otra vez sin respuesta.


Entre la tierra, acompañándolos agazapados a través de la alta hierba, somos capaces de escuchar sus pensamientos y entender sus anhelos. Es curioso que ninguno de ellos esté centrado en la guerra que viven, solo en sus casas, en tonterías del pasado. 
El soldado Witt es probablemente el más curioso de todos ellos: con una sonrisa tranquila, cada vez que aparece en pantalla todo se relaja. Enfocado muchas veces desde abajo, parece que nos asiste cuando estamos a punto de expirar, y no pasa nada, porque vemos en sus ojos un último destello de felicidad, aquella pura e incorruptible que compartió antes de la contienda. 
En el otro lado, el Sargento Welsh, que piensa que ya hace tiempo se apagó la luz de este mundo, solo queda el caos, y es mejor aceptarlo. Aun así, corre arriesgándose como nadie por dar una pequeña esperanza al moribundo. Pero fuera las medallas, ningún premio borrará la impresión de ver a alguien agonizante. 
El Capitán Staros, comandando a todos ellos, sin lograr conciliar su fe cristiana con sus deberes morales. Hay veces que la guerra no es para alguien, si es que alguna vez lo fue para nadie. 
Por encima de él, y de todos ellos en realidad, el Coronel Tall, alguien a quién todo este sinsentido dejó muy atrás hace ya tiempo. Pero él sigue ahí, porque no tiene otra cosa y es demasiado tarde para cambiar toda una vida. 
La película permanece atenta a los diálogos y pensamientos de estos cuatro personajes, diferentes en puntos de vista y edades. Es interesante la dinámica amigo-enemigo de Witt y Welsh, pero también lo es ese pequeño momento fuera de la antipatía en que Staros y Tall consiguen comprenderse, jurando que guardarán el secreto.


A su alrededor, un reparto de campanillas, que se convierte en un auténtico "quién es quién" de actores conocidos. Aunque no son esenciales, dan su solvencia a cada uno de los pequeños dilemas que se ven. 
Una granada explota por error. Muerte de parte de un error que bien podría ser el de un payaso, pero quien a hierro mata, a hierro muere. 
La esposa más allá del océano se convierte en la única razón para seguir con vida. El único recuerdo feliz al que agarrarse en una tierra de desolación. 
El hombre que llora en soledad. Es curioso como la acción de privar a un ser humano de vida no muestra sus consecuencias hasta mucho después de realizarse.
'La Delgada Línea Roja' es una contraposición de ideas y sentimientos. 
Entre un idealismo casi infantil y un cinismo seco, entre la simple empatía y la falta de sentimiento. 
La campaña dura un día entero, somos testigos de las más pequeñas minucias: si los soldados están cansados, imagínate el espectador. 
Lejos de elaborar un mensaje anti-bélico, solo se muestran los hechos, y se nos dejan las preguntas. ¿Por qué la propia naturaleza ha creado seres con capacidad para destruirla? ¿Cómo la beneficia una guerra en el corazón de su pureza? 
Lo que queda es el sinsentido, se puede argumentar que las reflexiones de cada soldado son poco elaboradas, pero lo que no se puede negar es que hay verdad en sus palabras. Cada uno tiene su propia manera de enfrentarse a la vida, a este mundo ("esta roca") porque no nos ha tocado otro, y ese punto de vista es su principal diferencia. 
Pero ninguno entiende la guerra, por qué enfrentarse unos a otros para conseguir quién sabe qué. Solo saben sobrevivirla, deseando volver a lo que dejaron atrás.


A través de la hierba, los gritos y los tiros, Malick acaba por exponer el verdadero coste humano de una guerra. 
Los soldados van con todo, los hombres vuelven sin nada.

Nota: 9 / 10

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