viernes, 18 de octubre de 2013

'Prisioneros' (2013), de Denis Villeneuve


'Prisioneros' se abre con uno de los inicios más potentes, y la vez más elocuentes, en años. 
Un hombre, Keller Dover, pronuncia un padrenuestro en un paisaje nevado, mientras acecha con su hijo un ciervo al que acaba disparando. Solo el espectador es consciente de la paradoja: de igual manera que Dios nos libra de la tentación, del mal, nos da nuestro pan de cada día... no protegió a ese ciervo de la muerte. ¿Era menos ser vivo que nosotros?
Es solo uno de los pequeños apuntes sobre nuestra perversidad que establece la historia, estructurada alrededor de una desaparición y las consecuencias que va acarreando en su entorno. 
No nos damos cuenta, pero la desconfianza, el odio, se van instalando en las vidas de los antiguamente apacibles habitantes de un pequeño pueblo rural de Norteamérica (esas sociedades cerradas, que guardan más secretos de los que dejan ver...).

Sin duda, es esa visión sin tapujos la que permite especular a Villeneuve y a su estupendo ramillete de actores acerca del ambigüedad moral de lo tratado. Porque nadie duda que la desaparición de un menor es un acto horrible, pero peores pueden ser las implicaciones que traiga consigo. 
No revelando nada, en determinado momento uno de los personajes hace sufrir torturas de un sadismo refinado a otro solo por su afán de descubrir la verdad sobre sus hijas. Ahí se puede ver un hombre roto, con su dolor como único combustible, que se transforma en algo peor que quien le ha arrebatado su descendencia. Un trabajo de actor de crudeza insoportable, que no solo confirma la versatilidad del intérprete, sino el viejo "el sueño de la razón produce monstruos".


Prácticamente todos funcionan al mismo excelente nivel, unos Terrence Howard, Viola Davis y Maria Bello que se hunden en la desesperación, pero el premio va para unos Hugh Jackman y Jake Gyllenhaal ENORMES en sus matices. 
Suya es la relación más complicada del film, no pueden evitar ser polos opuestos que se atraen, al que una desaparición ha unido por casualidad. La cena de Acción de Gracias, uno cenando en familia, el otro solo en un restaurante chino, ya sienta las bases de su diferencia: el perro viejo consciente de la fatalidad y el padre de familia con una vida sencilla que creía libre de todo mal por sus plegarias.
Vale la pena insistir en este último punto: un sutil diálogo de la historia consigo misma revela que no hay un Dios. Y si lo hubo, nunca se ocupó de cuidarnos. 
Keller Dover detiene su plegaria a medias porque ha dejado de creer en una providencia buena que nos recompensará a todos al final, y se ha dado cuenta de que existen más motivos para sufrir el mal que para combatirlo. "Estate preparado", dice, sin darse cuenta de que, para ciertas cosas, uno nunca está preparado.



El mundo nunca pareció tan frío como aquí. 
Vemos a los prisioneros del título, pero nos damos cuenta de que no todas las cárceles son físicas, y aún peor, no se puede escapar de ellas. No hay dios, y el libre albedrío hace mucho que extinguió su sentido. 
Más o menos en el mismo momento en que nos dimos cuenta de que la crueldad no necesita excusa para suceder.

Nota: 9 / 10

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