jueves, 16 de enero de 2014

A Propósito de Llewyn Davis (2013), de Joel y Ethan Coen


Ha querido la casualidad que, por lo menos en España, esta película nos haya llegado en Enero. Así, como quien no quiere la cosa, me puedo meter un poco más en la piel de este Llewyn Davis (que al fin y al cabo, es lo que el 'Inside' del título original me sugiere). 
No podría haberme ido a este Nueva York frío y sesentero en plenas fiestas navideñas, todo candor y felicidad. Pero si en un Enero, resaca de año, lunes de los meses, en el que la incertidumbre del nuevo año se suma a un rayito de esperanza muy tenue.
Pero, fechas de estreno aparte, lo que en cualquier época del año me llegaría de 'A Propósito de Llewyn Davis' sería ese enorme costumbrismo que ya poco estamos acostumbrados a ver. 
Una gran cantidad de películas buscan la épica en el sacrificio, el decirte que, vaya, estás jodido, pero eso está genial. La historia de Llewyn no, es sincera: estás jodido, pobre de ti. Y aun más, ¿quién no lo está?



En el frío invierno neoyorquino, Llewyn Davis navega, entre sofás prestados y préstamos más prestados todavía, hacia lo que debería ser su sueño. 
Digo "debería ser" porque nada más verle se hace evidente que, donde quiera que esté, hace mucho que está lejos de él. Con una escuálida chaqueta y guitarra a cuestas, basta solo la mirada de un grandísimo Oscar Isaac para darnos cuenta: la vida ha pasado, y sin él, quién sabe si también las oportunidades.
Fuera de sentimentalismos baratos, su mejor aliado es sin duda él mismo, porque solo su mirada perdida y gesto irónico le sirven como escudo. 
Agradezco que se huya de un sentimentalismo barato que solo habría convertido este filme en una palangana de lágrimas, y en su lugar tengamos un protagonista demasiado consciente de su situación, muñeco apaleado pero con ciertos recursos, y probablemente tan cansado de fastidiar a los demás como ellos lo están de que les fastidie. 
Es decir, alguien activo por el que desde el principio se siente empatía, y no un títere al que le llueve todo. También envidia, odia y se cree más importante de lo que es. Es humano, vaya.


Es irónico presenciar cómo probablemente todo lo que dice en sus canciones lo haya vivido alguna vez, pero lo ha olvidado. La música es sin duda una manera de llegar a los sentimientos, pero ¿cómo llegar a ellos cuando se carece de los mismos? 
Qué diferencia 'Fare Thee Well' entonada al contraluz de un bar como experiencia religiosa y una tontada como 'Mr. Kennedy' grabada con todo lujo de medios en un estudio de sonido. Signo de los tiempos, y de cómo a nadie le interesa oírlos, por lo menos no tan sinceros.
No me atrevería a decir que canta para nadie en particular. Cada persona sale de su vida igual que entró, imposible dejar huella cuando Llewyn se mueve constantemente. 
A través de ellos, vamos conociendo qué (o quién) era la eclosión de la música pop, y los miles de curritos a su sombra tratando de levantarla, cuando los productores solo querían estrellas que quedaran bien en cartel. Me quedaría con Carey Mulligan (que mal que a esta chica solo le caigan papeles difícilisimos de defender) y Justin Timberlake (haciendo de si mismo, típico gilipollo que te roba la novia), por retratar perfectamente lo que Llewyn no puede ser: dos personas que viven CON los tiempos y no arrastrados por ellos.


Aunque todo arrastre tiene un fin. Creía Llewyn que era cuando llegabas a algún punto, pero no, es cuando tú dices "para, ya tengo todo lo que necesito".

El epílogo probablemente sea lo más elegante que hayan rodado los Coen como cierre: todos tocaron en los mismos sitios, pero no todos estuvieron en el momento adecuado para ir por la puerta grande. 
Esta historia no es de ellos, es de los que tuvieron que salir por la puerta de servicio.

Nota: 6 / 10

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