miércoles, 15 de enero de 2014

Mary Poppins (1964), de Robert Stevenson


La niñera que nos enseñó el mundo de los adultos, esa era Mary. 
Pero también la que devolvió al peor adulto de todos al mundo de los niños.
Entendiendo ser adulto como la falta absoluta de diversión, el vivir para trabajar y dejar la ilusión para otro día, que escasea. 
De esos probablemente hayamos conocido miles, y aunque 'Mary Poppins' huye de ello con brocha gorda de parodia y un mucho de simpatía, la realidad no se puede negar: el subtexto que recorre esta película de los niños enfrentando a los adultos está genialmente contado para que nos haga más efecto la risa que la pena que pueda haber detrás.

Y en el fondo es ese el no menos fantástico mensaje de la película. 
Bert, un Dick Van Dyke absolutamente irrepetible, oficia de nuestro guía en esta aventura, y por ello constantemente se asegura de que la sonrisa no nos abandone el rostro. Es un optimista nato, que se inventa oficios por las calles y cuya mayor recompensa es la alegría de saberse haciendo lo que te gusta. 
La ironía de que el propio Van Dyke interprete al director del banco es maestra: dos caras con las que tomarse la vida, con gran ilusión y ansia por ver lo que te depara el día, o como un pollo al que desplumar cada jornada.


De hecho, casi todos los adultos que rodean a los niños Banks son facetas de cómo tomarsela: empezando por el optimista Bert, su autoritario padre Mr. Banks, el capitán de barco sobre el tejado medio chalado, la negligente y casi ausente madre, el (demasiado) optimista tío Albert... 
Entre esa disparidad de ejemplos, solo Mary Poppins cuida de ellos, dejando claro que hay tiempo para todo, pero no se debería centrar todo en una sola cosa. Imposible olvidar la maravillosa cara de reproche de Julie Andrews.
Ella es supuestamente la heroína de esta historia, y no lo parecería muchas veces, hasta que al final nos damos cuenta de que efectivamente es así: la humilde Mary, que al final acaba olvidada cuando la felicidad lo revaloriza todo, y no tanto a ella que tiene que seguir su recorrido itinerante por cada sonrisa infantil. 
Increíble lo que una conversación con un mango de paragüas puede sugerir.
No se pueden olvidar las maravillosas canciones que redondean toda la narración, y contagian toda esa alegría por lo cotidiano y lo estrafalario que Bert lleva todo el rato tratando de mostrarnos. Números musicales inolvidables que conciben Londres como patio de juegos, y cuando no pueden estirarlo más tiran de las animaciones que Disney siempre nos ha legado.


He hablado de Londres, bien, probablemente esta sea la película con el Londres más fascinante que he visto nunca, plagado de maravillas en cada azotea, con un halo de misterio neblinoso y una arquitectura imponente. 
Pero incluso así, detalles de ese Londres imaginado reverberan como muy reales: 'Migas de Pan' nos deja sabiendo que la felicidad probablemente es un bien escaso que hay que saber equilibrar para todos. Y a veces la diferencia en esa balanza pueden ser dos peniques.

Mary Poppins, la niñera que nunca tuvimos, pero la que siempre añoraremos. 
Probablemente ese fuera el mayor acierto de Walt Disney: crear alguien que recordemos nos hizo ver el mundo de otra manera.

Nota: 8 / 10

No hay comentarios:

Publicar un comentario