miércoles, 17 de agosto de 2016

Escuadrón Suicida (2016), de David Ayer


El universo DC muta de nuevo.
Tras presentarnos un enfrentamiento entre los dos superhéroes más opuestos y famosos de su catálogo, esta vez rebusca en la trastienda y nos trae una historia de los villanos, algo inusual, bastante más interesante de lo que aparenta.
Es importante recalcar el hecho de que 'Batman v Superman: El Amanecer de la Justicia' viene justo antes de esta, porque una es consecuencia de la otra, y las dos se ambientan en un mundo de metahumanos que se está volviendo cada vez más peligroso y político, donde se diría que que no hay lugar para una corrección moral: las buenas intenciones se las dejaremos a unos héroes que todavía las están buscando; estos son los villanos y no conocen esa opción.

De hecho, 'Escuadrón Suicida' convierte ese punto en su razón de ser, pues concibe que sus protagonistas son villanos por no tener lo que quieren, y desear algo que nunca conseguirán.
El fondo trágico en sus dramas personales es innegable, aunque se nos presenten en tono gamberro: Deadshot nunca conseguirá estar junto a su hija porque no podrá apretar el gatillo delante de ella, Harley Quinn se debe al Joker pero este no la presta tanta atención, Rick Flag y June Moone estarían felices juntos si su relación no fuera consecuencia de una entidad sobrenatural que puede destruir el mundo... toda una galería de monstruos, asesinos y anomalías que no escapan a los problemas.
Solo han tenido la mala suerte de estar en el lado equivocado de la justicia, cosa que les niega una redención que nadie sabe si se merecen. ¿Deberían tener esa oportunidad? Esa es la pregunta a responder por esta historia.

El escenario al que se enfrenta el Escuadrón pasa a ser su propio purgatorio: un moderno viaje al corazón de las tinieblas, en una ciudad sitiada por una magia ancestral que conjura seres de pesadilla a partir de lo que eran inocentes ciudadanos.
Parece de lo más apropiado, enfrentar deidades antiguamente veneradas y olvidadas, a proscritos perseguidos por sus errores: la clase de cajón desastre que levanta la ceja en las cúpulas de poder, pero que las personas implacables como Amanda Waller saben aprovechar, consciente de una situación mundial cada vez más insostenible entre extraterrestres voladores y justicieros enmascarados.
Tiene sentido combatir el fuego con fuego, aunque solo sea para evitar que las llamas crezcan y lo devoren todo.


El carácter de misión rápida, oculta y sucia le sienta de maravilla al grupo, porque para ellos no deja de ser una oportunidad de ser todo lo amorales que quieran sin consecuencias, pero también porque realza muy bien la clase de bajeza de la que son producto: en un sistema cambiante, regido por las amenazas mundiales y la urgencia por enfrentarlas a cualquier coste (personificados en Waller, una pétrea Viola Davis) es casi una utopía pedir algo de cancha con unos villanos que parece que eligieron su camino demasiado rápido como para cambiarlo.
Por eso la historia se hace grande en los pequeños detalles que le dan humanidad a sus villanos: en maniobras de ayuda entre trincheras urbanas, o en el gesto sutil que Rick Flag se toma la molestia de hacer para diferenciar a Deadshot de un animal enjaulado a ojos de su hija. 
Todas las virtudes de esto se resaltan en el bar que sirve al Escuadrón para tomar una copa en el infierno: ahí somos testigos de que en sus podridas almas de bichos raros aún queda un trozo de humanidad doliente, que recuerda cada paso del camino equivocado. Podrían añadir otro "me da igual" a su colección, pero eligen no hacerlo, por una vez, aunque no haya nadie mirando, porque a ellos ya les han dedicado demasiados, tanto los héroes que les encerraron como los aliados que dicen necesitarlos.


De otro modo serían como el Joker, un personaje cruel y sin empatía, para el que hace ya mucho que desapareció cualquier tipo de redención, si es que alguna vez la necesitó. Quizás su papel como reflejo distorsionado de la villanía no queda del todo claro porque todo parece más enfocado a convertirle en puntual obstáculo a batir, pero funciona por contraste: Harley es Harley, capaz de convertir hasta una lucha a muerte contra engendros en una suerte de chiste de ascensor donde hay que estar arreglada cuando se abren las puertas, mientras que su amorcito comete cada salvajada en forma de broma grotesca que solo tiene gracia en su mente retorcida. Dos caras de una moneda que parece que solo tiene valor como Joker, nunca como Harley.
Hay que decir que el papel de Jared Leto es casi titánico: se le pide brillar en la piel de un icono que donde mejor se construye es como estrella más que como secundario, y como tal se agarra (un pelín) a la sobreactuación, arañando minutos de una trama que (desgraciadamente) no va con él. No queda del todo redondo el esfuerzo, pero nadie le puede negar que se trata de un Joker perfecto en su adaptación a moderno mafioso, que intimida más con sus posesiones y el circo creado a su alrededor que con sus actos, que se adivinan crueles y perversos.
Incluso la historia se reserva una pequeñísima joya cuando sumerge a Harley en el caldo químico que le vió nacer, transformando una simple zambullida en una metáfora del amor loco, desteñido y egoísta que comparten los dos.


A la historia le falta ir hasta sus últimas consecuencias: terminar por la puerta grande resaltando que a sus villanos no solo se les negará su deseo, sino que además pagarán el precio más alto por ser quiénes son.
No lo hace, quizá porque en el fondo no puede permitírselo, pero a cambio nos regala algunas estampas de nuestros antihéroes satisfechos de haber conseguido una pequeña victoria, que por una vez les haga sentir más cerca de una normalidad que se les escapó. Y, a veces, eso vale más que nada.

Queda así configurado este despreocupado, definitivamente extraño, y juzgando las circunstancias milagroso, vistazo a la vida del villano: un contrapunto que el superhéroe necesitaba, ni que sea para comprobar que los extremos de ambos bandos se rozan más de lo que parece.

Nota: 8/10

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