martes, 21 de febrero de 2017

La Gran Muralla (2016), de Zhang Yimou


A veces, no entiendo las expectativas de determinados espectadores.
Quiero decir, entras a ver 'La Gran Muralla', sabes que es una película de fantasía que te muestra cómo el monumento del título sobrevivió a oleadas de monstruos reptilianos... y lo primero que se dice al salir es "vaya patada a la Historia", como si en algún momento te hubieran vendido algo verídico.
O mejor, mi favorita, "vaya mierda, hay un protagonista blanco", como si hubiera que guardar algún rigor histórico cuando aparecen BICHOS VERDES GIGANTES.

No entiendo, ya lo he dicho.
O quizá si entiendo un poco: quizá hay que pisotear a la fuerza algo a lo que no se puede disculpar por sus cutrones efectos, su pobre desarrollo o sus ambiciones modestas. No sería la primera vez que los críticos salvan una patada a la Historia porque "claro, es de otra época, hay que entender sus limitaciones".
Pero hoy, en este siglo, se invita a una aventura increíble, con un despliegue de efectos y medios brutal, que encima tiene el poco descaro de tomarse un poco en serio (lo justo y necesario), y nope, vaya basura, qué asco de peli, etc...
"Imperdonable", gritan todos los espectadores sin capacidad de disfrute.
"Tenéis un drama nominado al Oscar en la sala del lado", les contestaría yo.

'La Gran Muralla' es muy consciente de a qué está jugando, y no es a ganar premios.
Sus creadores no han pensado en recrear Historia antigua presente en mil fuentes, al contrario, se han dejado llevar por la imaginación, esa rara herramienta pocas veces utilizada, y se han preguntado si no sería alucinante que toda China se estuviera protegiendo contra monstruos dragonescos e imparables.
¿Hace falta recalcar lo glorioso que es concebir algo así y llevarlo a la gran pantalla sin que las limitaciones de efectos especiales borren la línea entre lo real y lo ficticio? 
Ahí tienes miles de libros de Historia China, espectador indignado. Mucha gente ya los conoce, y a veces va al cine a pasárselo bien mientras ve un gran espectáculo.

Es precisamente espectáculo lo que no le falta a esta película: Zhang Yimou sabe recrearse en cada detalle de la imponente muralla y el no menos imponente ejército que la protege, tanto como sabe cuándo debe dejar que las batallas entre personas y bichos decidan el destino de un país entero.
¿Un hombre blanco salvando a la población asiática? Para criticones poco atentos así es, y sin embargo a mí me ha parecido que acaba siendo William, el arquero interpretado por Matt Damon, el que se contagia de la nobleza y sacrificio presente en los hombres y mujeres chinos que le rodean, para después devolverlo en igual medida. (Habrá que dejar de lado la incómoda verdad de cuántos espectadores quejándose del tema habría visto la película de tener reparto completamente asiático, y de cuantos quejicas desde la impunidad de las redes sociales tenían verdadera intención de verla)
Porque esa es otra: por si no tuviéramos suficiente con multitudinarias batallas donde se palpa la tensión por un enemigo insuperable, entre ellas Yimou se las apaña para construir un bonito homenaje a una cultura que lucharía de igual manera contra lagartos creciditos que contra mongoles sanguinarios, todo por defender unos valores que sus forasteros no predican.
Vemos como la fuerza de un ejército se basa en su confianza y su valentía, no en sus armas o defensas, y ahí queda eso, especialmente dedicado a los que piensan que la fantasía va reñida con la realidad, y no puede ser un entretenido complemento.

¿Sabéis qué pasa?
Que ojalá me hubieran contado esta historia la primera vez que oí acerca de la Gran Muralla, y así soñar despierto con dragones entre la niebla, ejércitos multicolor de ataques sincronizados y valientes saltadores al abismo.
Después habría leído sobre la verdadera historia, y probablemente me habría decepcionado un poquito con lo que es en realidad, pero en mi cabeza ya estarían por siempre esas imágenes de una China que nunca existió, pero sería grandioso que lo hiciera.

No es tan malo reescribir los relatos que nos cuentan, siempre que sigan provocando las emociones que provocaban.
Puede que la Gran Muralla nunca fuera construida para frenar el avance monstruos terribles, ni la capital del imperio fuera defendida por un extranjero que buscaba lavar sus pecados, ni una general china luchó a su lado, valorando que en su redención existía una esperanza de victoria.
Pero merece la pena meterse en una sala para creer que fue así.

¿Para qué existe el cine, si no es por las historias que nos inventamos?

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