miércoles, 15 de febrero de 2017

Resident Evil: El Capítulo Final (2016), de Paul W.S. Anderson


Honestamente, no tiene sentido engañar a quien haya llegado hasta esta sexta entrega.
La saga de 'Resident Evil' ha durado 15 años largos, haciendo gala de una lógica interna cuestionable, recogiendo pedazos de influencia aquí y allá solo porque molan, reescribiéndose a conveniencia y, en general, llendo bastante a su propia bola.
Es la franquicia que nadie pensó que iba a durar, la historia que a nadie se le ocurrió que iba a llegar tan lejos. Algo habrá hecho bien, aunque sea dentro de su demencia y poca vergüenza.

'Resident Evil: Capítulo Final' se atreve, por primera vez, a plantearse una conclusión válida dentro de los inútiles "cliffhangers" que hasta ahora poblaban la saga.
Y no lo hace mal: plantea una cuenta atrás arbitraria (el mundo se acabará en 48 horas... porque antes no se había acabado, parece ser), recoge un puñado de secundarios válidos para la aventura (a estas alturas, creo que Paul W.S. Anderson no puede ocultar que hace ronda de llamadas, y quien esté disponible que se venga), establece un señor villano DEMENCIAL (Iain Glen, demostrando que te saca cualquier papel a rastras por estúpido que parezca) y, lo más importante, da la debida atención al centro neurálgico de la historia, que es Alice.
Esta se enfrenta, por primera vez, a algo más que ser la que mejor mata bichos mutados con el mejor modelito, y por fin tiene un justito desarrollo de lo que le ha venido pasando hasta ahora. Su reflexión de que nunca ha conocido otra existencia, que siempre se recuerda "corriendo, luchando" deja entrever una persona solitaria, enfrentada a una vida difícil que nunca le ha brindado un momento de paz.

Pero eh, que no nos pongamos melancólicos, porque la cosa es que hay un TANQUE de Umbrella cargado de fundamentalistas religiosos (la última ocurrencia de Anderson, que equipara el apocalipsis zombie al diluvio universal bíblico, en una maniobra que te estampa los ojos detrás de la cabeza si estás cuerdo) que se dirige a Raccoon City, hogar de los últimos supervivientes, seguido de un EJÉRCITO de zombies que ocupa todo el horizonte conocido, con el objetivo de impedir a Alice entrar en la Colmena para hacerse con la cura del virus T (una cura que no estaba disponible antes por alguna razón... siguiendo una lógica tan "logro desbloqueado" de videojuego que casi parece un chiste privado). Y allí, supervivientes y Umbrella se enfrentarán en una lucha épica que incluye MOSTRENCORS y FUEGORL en grandes cantidades.
Sencillamente, aplausos a Milla Jovovich e Iain Glen. Los dos únicos tan comprometidos con la causa, tan entregados a sus personajes no importa cuán incoherentes, que consiguen venderme esa locura de argumento entre un éxtasis de luchas kung-fu a cinco planos por puñetazo, sustos baratos de subidón de volumen y líneas de diálogo que pretenden cubrir agujeros de guión nivel cráter de Raccoon City ("te maté" "era un clon" "ah, pos fale").

Me doy cuenta de que, en el fondo, estoy disfrutando de todo esto. De su estúpida seriedad, de su convicción en lo que cuenta, de sus excusas para molar.
Sigo yendo a las películas de Resident Evil porque me gustan, no porque nadie me haya obligado, al contrario que a los miles de críticos negativos que parece que les apuntan con una pistola en la cabeza.
No me importa su cuestionable fidelidad a los videojuegos, porque sé que me están esperando para jugarlos en cualquier consola si me interesa.
Me parece fascinante seguir viendo a la franquicia como la obra de un lunático que ha llegado demasiado lejos, el amo y señor Paul W.S. Anderson, que ya tiene a la mujer y ahora a la hija metidas en el ajo, y a la que nos descuidemos convertiría la saga en el álbum familiar más acojonante que se haya visto nunca.
Y, mierda, creo que me estoy poniendo melancólico ante el probable fin.

Alice, en esta historia, por fin descubre su propósito dentro del gran esquema de las cosas, y creo que es la primera vez en la que forzosamente no puede enfrentarse a algo a tiros o a hostias. Se ve obligada a racionalizarlo, y su drama es casi desolador, por haber sido siempre esa especie de superwoman mutante a la que los sentimientos resbalaban.
La vida que le ha robado Umbrella pasa por un segundo delante de sus ojos, a pocos segundos del final. Y creedme que Milla no es una actriz insuperable, pero me vende su vulnerabilidad en un segundo, una que ni ella misma había conocido hasta ahora.
Me doy cuenta de que ahora mismo la veo como una vieja amiga que me ha acompañado por muchos años, en una saga que hay que verla para creerla. Y nos despedimos con la sensación de que los dos hemos aprendido algo.

Te acompañaría otra vez a la Colmena, Alice.
Bajaría otra vez a donde los zombies cutrones, me metería en intrigas corporativas improbables, me descojonaría de cada nuevo bicho, aplaudiría a todos los villanos superpoderosos que te has encontrado, no echaría de menos a toda la galería de secundarios pobremente adaptados que te han acompañado (como tú tampoco lo haces, parece) y me dejaría los ojos tratando de distinguir alguna pelea mínimamente decente, pero hay que saber que todo lo bueno se acaba.
Ha sido divertido.

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