sábado, 28 de diciembre de 2013

Mucho Ruido y Pocas Nueces (2012), de Joss Whedon


Uno no puede menos que sonreír ante este simpático experimento que se ha marcado Joss Whedon. 
Como si de una función escolar se tratase, y aplaudirás igual que si vieras a un familiar. Leer que esto lo hizo entre rodaje y montaje de 'Los Vengadores' solo añade puntos. 
Es crear por crear, damas y caballeros, la esencia misma del arte la que Whedon destila aquí, y nos invita a disfrutarla con él.
Que la apariencia contemporánea no os engañe, es puro Shakespeare lo que uno se encuentra, perfectamente encuadrado con la química que los actores destilan. 
Y pese a que se hable de caballos, o guerras, o incluso títulos de nobleza se participa en el juego porque, simple y llanamente, la cosa funciona.

El Bardo, si de algo sabía, era contar tragicomedias ágiles de diálogo locuaz, y eso se traslada con toda su fuerza a esta apacible mansión de campo donde Hero, Claudio, Benedicto o Beatriz pasean sus dudas sobre el amor y el desamor. 
Un perfecto 'timing' cómico por parte de Alexis Denisof y Amy Acker termina por redondear la cosa cerca del notable.


Y es que, si en un lugar se siente cómodo Whedon de los muchos en los que lo hace es en la inusual relación de amor-odio de Benedicto y Beatriz, los "amantes" condenados a entenderse, muy a su pesar. 
Parece como si de verdad quisiera resaltar que en esas relaciones está el misterio, el amor como fuerza renovadora e imparable, que embellece al enemigo y aclara el día.
No quiere decir eso que se esquive la parte trágica. 
El amor como atadura irrenunciable también está presente, y no se diferencia del anterior en muchas cosas. Shakespeare no lo clasificó, como tampoco lo ha hecho Whedon, y solo queda observar los equívocos y situaciones inesperadas que algo tan mágico y especial ocasiona.
Destilada de sus embellecimientos, la obra respira en espacios de vida hogareña y reconfortante cotidianeidad. 
No se permiten muestras de estilo, y por eso son aun más impresionantes cuando aparecen: las canciones 'Sigh No More' y 'Heavely' puntean dos secuencias que nos muestran la cara más amable y la más dura de la vida. 
Por no olvidar los amplios ventanales y la luz a la que se dota de un carácter especial, como un recuerdo brillante de nostalgia.


Pero no hay que olvidarse de lo principal: esta película es un desafío. 
Rodada en blanco y negro, con cuatro duros, sin imposturas de ningún tipo. El crear por crear que decía antes.

Una verdadera patada a una industria que se dice moribunda, pero que creadores como Joss Whedon, con esta perfecta chuchería moderna, nos demuestran que no es así. 
La clase de experimento que da la mano al espectador y le invita a subirse a una fiesta donde él es el principal invitado, junto a toda la reunión de amigos. Asombroso.

Nota: 7 / 10

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