martes, 26 de enero de 2016

La Juventud (2015), de Paolo Sorrentino



Antes de la memoria, solo tenemos el sentimiento.
Una impresión, sincera y sin adulterar, perteneciente a un momento, que atesoramos con la esperanza de volverla a reproducir. El sentimiento se vive, se guarda y, finalmente, se sueña.
Después, ese sentimiento formará parte de nuestra memoria, y uno se pregunta si ese será su destino final, o por el contrario permanece para que lo reconozcamos una segunda vez.

'La Juventud' es un testimonio, una impresión.
Es una colección de vivencias en busca de sentido, también es una serie de cambios a la espera de realizarse. Es todo, y a la vez no deja de ser la nada. Tan pronto se detiene en cada detalle como permite sentir cada pequeño ruido que nos rodea.
Podría ser una serie de personas, no importa jóvenes o viejos, buscando aferrarse al recuerdo de un sentimiento ya olvidado. O quizá un muestrario de seres decadentes, que buscan un final satisfactorio para sus largas historias, imposibles de retener en la memoria.




Mick menciona a su amigo Fred que "no necesitas aprender nada, si sabes observarlo todo".
Por eso, en ese balneario rodeado de campos verdes de montaña solo necesitamos ver para saber: cada rostro expresivo, cada salón en penumbra, cada cuerpo cansado y mojado en la sauna cuentan una historia, la del futuro que se acerca y el pasado que se ve cada vez más lejos.
Es en ese sitio, en ese pequeño universo, donde no existen las preocupaciones cotidianas y es entonces cuando, por primera vez, una persona puede mirar todo su camino, y darse cuenta de que no hay mucho que mirar. De que todo lo pasado pertenecía a momentos que nunca son este.


Mick y Fred se precipitan a ese futuro, uno abrazándolo con ganas y el otro negándolo con calma.
Ambos son las dos caras del sueño dorado de una edad en la que nunca se debe dar explicaciones a nadie, ambos deciden lo que quieren hacer y nadie les juzga. Crearon grandes obras, grandes testimonios, memorias de su paso por la vida que al final acabaron inspirando sentimiento a tantos otros, pero a la hora de la verdad ni ellos mismos se acuerdan de los sacrificios o los triunfos.
Se acuerdan los jóvenes y los admiradores, los que les escuchan buscando su saber absoluto, o los que por el contrario les pueden llegar a despreciar bajo la excusa del lazo familiar. Fred exclama, en un susurro cansado, "al final, tanto esfuerzo para qué", y no le falta razón: tantos desvelos, tantas pasiones, tantos momentos que pueden condensarse en un dardo envenenado o un comentario amable de otra persona.
"Me encantó tu película", "esta canción es muy bonita"... es el único juicio a lo que en su día fueron encendidas luchas por ser recordado. Nada más, no se condena la ignorancia, se condena la fugacidad de la memoria, y cómo selecciona caprichosamente nuestros recuerdos.



Pero si no se puede recordar el principio, que menos que buscar el final adecuado, uno que solo ellos puedan haber elegido.
Por eso, Mick quiere entregar al público su última gran película, la cumbre de una carrera con su actriz favorita, pasando por agotadoras escrituras de guión en busca del final perfecto, poderoso y emocional. Distintas cabezas sueñan juntas, imaginando todos los finales posibles, todas las vidas posibles extraídas de su joven o madura experiencia, hasta que en una celebración que tiene más de apresurada que de triunfal se da, por casualidad, con la respuesta: "bueno... ya nos inventaremos un final". Qué único y qué terrible, que la verdadera conclusión solo la conoceremos, por fin, al final de todas las cosas.
Fred, sin embargo, solo piensa en que su música sea recordada por la mujer que la cantaba. En todas sus reuniones con el emisario de la Reina solo se oye el no eterno, un egoísmo nacido del más puro amor que se puede sentir por alguien: la certeza de que jamás se romperá la fragilidad de su recuerdo, y el sentimiento aparejado a él. Por eso rechaza volver a un escenario que estará vacío sin una voz concreta, y elige componer para el escenario infinito que desfila siempre delante de nuestros ojos.

Un escenario, nunca poblado por protagonistas, sino por eternos extras, secundarios, de los que nunca sabremos su historia, solo la huella que nos dejan. Gente atrapada en un pasado que siempre será futuro, gente atrapada por sentimientos que dejaron en otros sin poderlos controlar, o gente deseosa de mostrarlos.
En nuestra memoria solo brillarán esos inesperados momentos, como ver un magnífico cuerpo joven entrando en la piscina. El director de cine, desbordado ante la evidencia de ser solo sentimiento, afirma a su amigo compositor que será algo como eso, sin preparación ni lucha por recordarse, lo que acabará dejando su huella única en ellos, y por lo tanto cualquier otra cosa es luchar contra nuestra propia capacidad de apreciar lo bello y verdadero.



Lo que empezó con una canción, alegremente pop, con letra más profunda de lo que aparenta, termina con otra canción, más solemne, de significado algo más personal. El sentimiento sigue ganando la partida, cambiando y transformando donde la memoria solo permanece inmóvil, como una condena que se niega a desaparecer.
Fred y Mick, en su largo camino asfaltado de recuerdos que pudieron no suceder, no han conseguido atrapar sus obsesiones personales, ni mucho menos darles un final. Lo que les espera, como el médico dice, no es otra cosa que "la juventud".
Esa juventud extrañamente consciente de la belleza en una composición o una interpretación, que ha aprendido a sentir de un modo particular, como una masajista que solo sabe expresarse con sus manos, a la que hasta ahora solo habían contemplado desde su propia jaula de recuerdos.

La música seguirá sonando, con otras voces, con otras manos, en otros momentos. La memoria no puede acordarse de todos ellos.
Pero el sentimiento, ese permanecerá siempre, emocionando a otros rostros entre el público, siendo fugaz para algunos, e inolvidable para muchos otros.

Nota: 9/10

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