viernes, 5 de febrero de 2016

Carol (2015), de Todd Haynes


Se puede notar el frío, desde la ventana cubierta de vaho del inicio.
Frío en la calle, y frío en una rutina de los 60, perpetuada hasta hoy, de levantarse pronto para ir a atender los trabajos, los hijos y las pocas ganas.
Es fría hasta la belleza glacial de Therese, una medida Rooney Mara, mientras continua su rutina diaria.

'Carol' es una mirada, detallada, fugaz, a los momentos en los que ese frío deja de existir.
En lo que por aquel entonces era un tiempo de mentes cerradas y absoluto seguimiento de lo que se consideraba "normal", Carol aparece como una inusual prueba de que se puede nadar a contracorriente, con su vestido rojo secuestrando nuestra mirada de una realidad de colores fríos.
El flirteo que establece con Therese no es para nada trivial: basado en miradas y sonrisas, cuando parece que a cada cliente que viene a la juguetería le cuesta demasiado sonreír o mirarte a la cara, no digamos preocuparte por tratarte como un ser humano. Una extraordinaria Cate Blanchett sabe que debe llegar y ser la anomalía interesante del día.

Un detalle sutil de sonido, una alarma sonando sin interrupción, es capaz de reflejar la impresión, verdadera e insistente, que ha dejado Carol. Es por eso que todo lo que viene más tarde no está a la altura: los amigos y novio de Therese hablan de las fantasías de fotografía que les dejan a un lado, sin darse cuenta de es por aburrimiento de sus borracheras tras el trabajo por lo que ella hace mucho que no está con ellos, ni en cuerpo ni en alma.
Son esos elementos, esbozados sin apenas recalcarlos, los que más tarde permiten que los momentos compartidos con Carol sean algo más, diferentes a todo lo que ha venido antes. Momentos en los que se siente el olor, la piel, el color rojo de unos labios, incluso la música de la radio suena por encima de la conversación, porque nada de lo que se dice es importante, no cuando por fin Therese tiene la oportunidad de estar con esa persona que le parece algo que nunca antes ha conocido.
Una fotografía blanquinegra casual, casi robada, redondea la sensación de estar haciendo algo prohibido, que nadie debería saber que sucede, ya que al ser tan bueno que no se comprendería en unos tiempos tan grises.


La sombra de los otros, los que se oponen a su cariño, no para de interponerse entre ambas.
Pero ,donde Therese solo cuenta con la ingenuidad o el desconcierto de su juventud, Carol responde con la firmeza y seguridad de alguien que lleva años sabiendo como ser feliz. A la larga, es ese pequeño bache de edad el que pondrá las cosas más difíciles y sacará a relucir las diferencias de sus respectivos momentos vitales, si bien eso solo reforzará lo extraordinario de haberse encontrado y compartirlos.
Es una historia de madurez, sí, pero de madurez afectiva, de saber lo que se quiere sin necesidad de ser lo que otros quieren que se quiera, y ambas acabarán aprendiendo de eso.

La llama de lo prohibido es atrayente, pero aún más lo es la de lo excitante, la que les hace encontrar a esa "chica caída del espacio" que ninguna de las dos sabía que estaba buscando.
Y la amarga ironía es que es demasiado incomprensible para quien no la ha vivido, demasiado centrada en el momento en que solo se nota el roce de la piel y las palabras, las discusiones y las apariencias dejan de importar. Observada por otros, solo será una fotografía casual, en blanco y negro, que Therese decidirá ocultar porque nadie la entendería.


"Cuándo seas mayor, entenderás que no hay que poner motivos, o aclaraciones..." le dice Carol, después de haber tenido momentos en los que ambas se miraban y nadie se daba cuenta.
Todos aprendemos esa lección, cuando vivimos esos momentos.

Nota: 6/10

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