sábado, 22 de octubre de 2016

Un Monstruo viene a Verme (2016), de Juan Antonio Bayona


La figura de una conciencia infantil no es tan extraña como pudiera parecer.
Al fin y al cabo, ¿qué sería de un niño si no pudiera contar con un amigo inseparable con el que compartir miserias y alegrías?
Y si además puede estar ahí incondicionalmente, de la manera en que los adultos no van a estar, mejor que mejor.

'Un Monstruo viene a Verme' es esa clase de historia, salvo por una pequeña cosa: la conciencia infantil que podría tomar forma amable es un horripilante monstruo de varios pisos de alto, compuesto de ramas nudosas y ojos que parecen carbones al rojo. La conciencia apropiada para un joven, Connor O'Malley, que como dice el propio narrador, es "demasiado mayor para ser un niño, demasiado pequeño para ser un hombre".

Él mismo también deja claras sus preferencias cuándo elige ver a King Kong como el héroe de su propia historia en vez de la bestia de la que huir: quizá porque, en el fondo, comprende perfectamente el sentimiento de aislamiento y acoso que aquel experimentó en su viaje a Nueva York.

Tampoco es él tan notorio como el gran gorila, pero se encuentra los mismos problemas: un desarraigo existencial que se transluce en una cama y un desayuno que hacer en completa soledad cada mañana, un acoso continuado de aquellos que no tienen tiempo ni ganas para comprender, y una persona por la que sentir un afecto ciego, su único refugio en mar de grises, su madre. Nadie puede decir que Connor sea un monstruo, pero a su manera no le queda otra elección que serlo, en esa difícil edad sin ninguna certeza sobre la propia identidad.
(Monstruo e invisible además, porque los problemas son demasiado grandes para descargarlos sobre la pequeña fragilidad de su madre)


Quizá por eso es por lo que viene a visitarle el Monstruo, porque entre iguales uno se comprende y escucha.
Como si fuera otro de esos adultos desconsiderados, callados y autoritarios a los que constantemente debe hacer frente, al principio la criatura no trata con amabilidad a Connor. No viene para enjuagarle las lágrimas, no está para hacerle olvidar sus penas y no se lo llevará a alguna tierra mágica en la que ser feliz.
Solo viene para contarle historias, plasmadas en tinta aguada y papel correoso de una imaginación fértil, pero en apariencia desconectadas del drama que está viviendo. ¿De qué me sirve conocer que incluso en relatos imaginarios los reyes y príncipes obraron mal en sus responsabilidades? ¿Qué efecto sanador tiene la fantasía cuándo no inspira o pinta que las cosas serán mejores?
Preguntas que Connor se hace constantemente, solo preguntas, sin apenas ninguna respuesta, lo mismo que ocurre cuando el Monstruo desaparece: nadie sabe si su madre mejorará, si su padre se le llevará lejos de allí, si terminará viviendo en la atrapante casa de su abuela. Dudas con consecuencias reales a las que hasta hace poco un niño no tenía que responder, y de las que desea evadirse soñando que un Monstruo viene a buscarle (aunque a la hora de la verdad no tenga nada mejor que ofrecerle).

Es acierto de la historia pintar la fantasía no como una vía de escape, sino como catalizador: no nos enseña a "no vivir", sino que podría decirse que gracias a ella aprendemos a hacerlo.
Normalmente disfrazamos nuestros errores de monstruos a los que hacemos frente en asombrosos cuentos, pero esto sucede cuándo somos niños, cuándo no alcanzamos a adivinar los bordes de una realidad doliente que Connor se ha visto obligado a ver, por culpa de una abuela con la que no se lleva demasiado bien o unos compañeros de clase que le recuerdan lo indefenso que está.
Solo cuándo él admite estas imperfecciones de su naciente vida adulta, sin asideros fantásticos en los que se alza héroe intachable, es capaz de afrontar la enfermedad de su madre de la única manera que se confronta el dolor: queriéndolo, lavándolo con cariño, y aceptándolo.


Nadie es perfecto, nadie se libra del dolor.
Y ese Monstruo que nos viene a buscar bien podría ser un vago eco de nuestra infancia pidiendo que la volvamos adulta.
Aprendamos a aceptarle, mientras aún nos quede tiempo.

Nota: 7/10

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