miércoles, 17 de abril de 2013

Amor y Letras (2012), de Josh Radnor

Llega un punto en que ya a todas estas películas indie de la "coming-of-age" se les ve el plumero, por mucho que se esfuercen en innovar o dar vueltas sobre lo mismo. 
Por eso, se agradece que Josh Radnor: 
a) Parezca hablar más desde su propia experiencia que desde su propia imaginación. 
b) No oculte sus deficiencias como director y consciente de ellas, tampoco se haga el "autor". 
Sinceridad y humildad, las mejores armas para presentar cualquier historia.
El caso es que la propuesta de 'Amor y Letras' (me gusta más el más sugestivo 'Artes Liberales', pero bueno) no es poco ambiciosa: nada más que un retrato generacional acerca de nuestra propia madurez, vista en diferentes personajes y de diferentes actitudes. 
Lo que podría haber sido algo demasiado rígido, Radnor lo destensa cuidando que cada uno de sus personajes sea querible y humano, a la vez que dejando cierto espacio para que la trama respire por su cuenta. Un film "en" la universidad, que no "de" la universidad, esa cantera de futuros triunfos y fracasos.

Esto significa que la película vive únicamente de sus diálogos, y por suerte estos están en boca de personajes fantásticos a cargo de no menos geniales actores. Todos gravitan alrededor de Radnor, pero para nada se trata de algo "director/actor porque yo lo valgo" si no porque cada uno sirve de contrapunto o espejo en que mirar a su dubitativo personaje, Jesse Fisher, quien se ve atrapado en esa clásica crisis de los treinta esperando que se le eche el futuro encima. 


Si hay que buscar otra gran estrella, esa es Elizabeth Olsen, que sencillamente domina la cámara como nadie en su papel de Zibby. Clavando cada gesto y humanizando lo que podría haber sido una listilla, hace de aquella universitaria alguien tolerante y sin prejuicios que ayuda a Radnor a reconectar con sus antiguos sueños. No tanto una compañera romántica, que también, sino una particular conciencia de Jesse Fisher. 
Al lado, Richard Jenkins y John Magaro palidecen, pero con apenas cuatro detalles Radnor consigue cuidar suficiente sus tramas para que tengan cierto peso en la suya. Concebir ambos como espejos deformados de dos extremos de la propia vida de Jesse retroalimenta sus dos historias, ejemplos de como la brillantez se nos puede escapar de las manos sin saberlo. 
Y ojo a Zac Efron, sacudiendo sin pausa su aura 'High School Musical'. Bravo.


Pero si por algo merece la pena esta película, más allá de ser una agridulce búsqueda del mundo adulto al que no se quiere pertenecer del todo, es porque, ante todo, ama la Belleza, así en mayúsculas. 
Resulta ingenuo ver un discurso sobre buen gusto o pasión por los clásicos en medio de la trama, y sin embargo nos lo tragamos entero porque encaja con el tema de volver a apasionarse por algo, incluso con Zibby haciendo una muy cierta y analítica reflexión sobre el fenómeno Crepúsculo. Si buscas con ansia todas las obras maestras, acabarás solo en tu torre con ellas, por lo que mejor relajarse y dejar a cada cosa su momento. 
Me gusta especialmente porque Radnor no quiere que sepamos lo buena que es la música clásica, quiere que (atención) sintamos porque nos debería parecer buena. Requiere más dificultad para visualizarlo, y sin embargo no se echa atrás a riesgo de resultar pedante, por lo que un aplauso para él.


El resultado final es una extraña ave dentro del género, quitándose de encima el intelectualismo de Woody Allen mal entendido, y mirando al espectador de tú a tú, animándole a recordar lo bueno que dejó atrás y recordándole que lo que viene delante no tiene por qué ser peor. 
Un recordatorio sobre las buenas cosas, la paciencia que hay que tener para encontrarlas.

Nota: 7 / 10

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