sábado, 27 de abril de 2013

Iron Man 3 (2013), de Shane Black


En uno de los múltiples elementos de metareferencia que se guarda 'Iron Man 3' en la manga, un niño no para de preguntar por los Vengadores al protagonista. Como si nosotros fueramos ese niño, Tony le dice que de eso está prohibido preguntar. 

No se trata aquí de ningún supergrupo salvador de la humanidad. Tampoco se trata de Iron Man, la reluciente armadura expiadora de los pecados de su portador. Se trata solo de Tony. 
Y, realmente, solo queremos que nos cuenten la historia de Tony Stark.


'Iron Man 3' surge como rompemoldes en lo que a una tercera parte se refiere, reinventando al personaje y sugiriendo cierta reflexión sobre todas las aventuras pasadas del héroe. 

¿Donde está Tony ahora? ¿Puede seguir siendo quién es? ¿Qué ha conseguido hasta el momento? 
Nótese que he dicho "héroe", nada de "superhéroe". Porque por primera vez, han conseguido dar la vuelta de tuerca necesaria a Tony Stark. Esta última entrega no es solo un glorioso punto y aparte en la continuidad del personaje, sino una reformulación (desde el cariño) de ese aura de chuloputas 'cool' que este personaje lleva arrastrando todo su recorrido. 

Aquí se desarrolla más que nunca, y consigue, por fin, salir de una pose que a mi gusto no le dejaba ser alguien a quien admirar.

Pero no adelantemos acontecimientos.


Lo que es la posición inicial, me parece perfecta: tras la batalla final de cierta famosa alianza Tony no puede dormir, como si se hubiera dado cuenta de su propia mortalidad. Para combatir esto, se aisla cada vez más construyendo armaduras y nuevos ingenios, sin darse cuenta de que a cada prueba de tecnología se hunde más en su propia cárcel de alter-egos metálicos. 

Casi todos los errores que comete en esta primera parte de la película vienen de su propia fanfarronería, pero ya no la típica insolencia chula, sino una especie de arrogancia seca, algo como "sí, puede haber alienígenas, pero yo sigo teniendo MI ARMADURA", cabreo de niño chico que no soporta ver que hay nuevos juguetes en el mercado que no son suyos. 

Profundizamos en su relación con Pepper y Rhodes: tampoco meros comparsas en esta ocasión, sino hasta elementos claves y activos de la propia historia. Gwyneth Paltrow destroza a la "chica del héroe" tradicional en favor de mucho, mucho más, y con Rhodes tenemos una "buddy-movie" salida directa del corazón de Shane Black, infiltración "armametalesca" pipas en ristre incluida.

A partir del segundo acto, Tony pierde literalmente todo, y se ve obligado a improvisar mucho y muy rápido. Podría quedarse en rancio paralelismo con el principio de la primera, pero Black no para de mover la trama, destacar pistas que buscar y meter las que desde ya son las mejores secuencias de acción del año (sin armadura, con un par). 
El virus Extremis, que transforma a la gente en una especie de Terminators chiflados, nunca va a poner las cosas más difíciles a Tony.

Luchando contra personas mejoradas por tecnología biológica sin poder él contar con su propia tecnología: que no se quiera resolver esto con un rayo repulsor por medio demuestra que aquí hay un cerebro queriendo construir algo, que no sea sucesión de hostias. 

Hasta, en la más arriesgada vuelta de tuerca de la película, se permite su interacción con un chaval que le va a enseñar un par de cosas, la más importante, no darse de golpes contra su propia virtud. Los diálogos que comparten son una rara mezcla de ironía bien disimulada y sinceridad bien entendida.

No quiero pasar por alto que los problemas de Tony vuelven del pasado, como viene siendo costumbre.

En el caso de Aldrich Killian, aquel error de Nochevieja al que las circunstancias impidieron hacer caso, que deja una de las secuencias de origen de villano más curiosas hasta la fecha: ese momento de soledad del traspaso del año como determinación del futuro. Después, se come al Justin Hammer de la segunda con patatas en su despliegue de hijoputismo elegante. 

La tan postergada aparición del Mandarín no es tan brillante como pudiera parecer a simple vista, pero Ben Kingsley dota de presencia y frialdad a su personaje. Además, encierra cierta reflexión conectada con la primera película sobre la política de los States en Oriente Medio, con esos terroristas multitudinarios que mueven masas a golpe de mensaje de terror. No olvidar aquí a un tipo envuelto en la bandera americana con metralleta que se pasea intimidando ciudadanos inocentes como Pedro por su casa (justo en el blanco, rojo y azul del corazón yanqui). 

Aunque quizás el mejor personaje sea el de Maya Hansen, curioso espejo de lo que pasaría si Tony no hubiera contado con los recursos (y los demonios) con los que cuenta.


Todo culmina en el clímax más espectacular y gozosamente flexible con sus propias posibilidades del canon Marvel. Tony nos cuenta por qué se calza una armadura para poder volar. Y también por qué va a dejar de hacerlo como siempre. Maravilloso.

'Iron Man 3' es un vistazo lúdico, trabajado, glorioso y tremendamente personal a uno de los secretos mejor guardados de esta saga: 

El alma del hombre de hierro.

Nota: 9 / 10

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