martes, 16 de octubre de 2012

Dredd (2012), de Peter Travis


En toda escena de 'Dredd', está escrita una palabra: riesgo.
Riesgo en su manera de encarar la acción, completamente sádica y sin ganas de disculparse, recuperando aquellos tiroteos llenos de tensión del cine de los 80.
Riesgo en su manera de abordar el estoico protagonista, un Urban soberbio que en dos pinceladas describe su personaje y no es un héroe al uso, se podría decir que ni es un héroe.
Riesgo en su muy pesimista mensaje de fondo, que recuerda a aquellas cintas que jugueteaban sin pudor con la violencia, condenandola pero juzgandola imprescindible en nuestra sociedad, como la mítica RoboCop.
Riesgo en la compañera del protagonista, una Olivia Thirlby que navega por un mar de sentimientos y es la única capaz de sacarle los claroscuros a Dredd.
Riesgo en sacar jugo a un guión que amenaza con irse abajo a la primera de cambio, pero que exprime al máximo su capacidad de entretenimiento y crítica.
Riesgo en su manera de aprovechar el poco presupuesto del que dispone, haciendo buenos sus 45 millones en una película que luce igual o mejor que una de 100.
Dredd es una película especial.
Salida de los margenes del cine hollywoodiense actual, Dredd se permite el lujo de ir un poco más allá donde otras películas (por presupuesto, por actores...) dejan de ir por si eso les quita un dólar menos de taquilla.
No solo eso, sino que además es la adaptación definitiva de su personaje, que algunos podrán juzgar que tiene poco humor negro, pero sin duda se acopla a la perfección con la idea que teníamos todos de él. Un juez duro e implacable, en una ciudad dura e implacable.
No me tiembla el pulso al decir que es una de las mejores películas de acción del año, y puede que de la década.
Una auténtica maravilla que hace de su escasez de medios su virtud y se conoce a si misma y a su público, pero pasa de complacer a nadie. Ojalá todas las películas le echaran tantos huevos como esta.

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