viernes, 27 de febrero de 2015

Kingsman: Servicio Secreto (2015), de Matthew Vaughn


El que 'Kingsman: Servicio Secreto' elija ser tan desprejuiciada por delante de ser un homenaje al cine de espías la hace llegar más lejos de lo que inicialmente sería.
Pero sucede que, feliz casualidad, en esa casi parodia del espionaje acaba encontrando una identidad, y, lo más importante, acaba siendo un verdadero homenaje a James Bond y cía.

Comenzando por el impoluto Harry Hart, magníficamente interpretado por un caballero británico como Colin Firth, espía de chaqueta planchada, raya al medio y paragüas atómico.
Es su fascinación por el trabajo bien hecho, y aún más importante, el equipo adecuado para llevarlo a cabo, la que nos lleva de cabeza, como el protagonista Gary, a la sociedad secreta de los Kingsman, esa estirpe de caballeros (geniales las referencias a la mesa redonda artúrica) que velan por el equilibrio del mundo en momentos complicados.

Matthew Vaughn rompe y rasga, lima el cómic, le saca todo el jugo y consigue una aventura que logra echar de menos los viejos tiempos sin perder el impulso de los nuevos.
Como bien pone en boca de sus personajes, ojalá fuera esta esa película de espías trajeados, megalómanos, bases secretas y estar al servicio secreto de su Majestad. Pero como también dicen sus personajes "esta no es esa clase de película". Y ni falta que hace, habría que añadir.



Sucede que cuanto más coquetea con la idea de que los Kingsman son los únicos estandartes de cierta elegancia y saber hacer más identidad gana.
En un mundo loco, donde cualquier pirado puede hacer estallar el caos de la manera más simple, parece ser que la diferencia entre ser un verdadero caballero y un cualquiera (y, ojo, que nadie se lleve a engaño, aquí no cuenta el dinero) podría ser la única diferencia que valga la pena.
Así queda expresado en el fantástico (por concepto y por interpretación) magnate Valentine, tipo de chándal y gorra perpetuos, que con su forma de hablar y actuar es el contrapunto perfecto de Harry: resulta maestra esa conversación entre los dos, en el que uno confiesa que le habría gustado ser el magnate megalómano y el otro el espía elegante, pues no dejan de ser dos caras de una misma moneda, que si han llegado lejos es por ser la máxima expresión de sus respectivos estilos.

Ese dilema (ser o no ser... caballero) podría ser el que perturba a Gary todo el rato, pero la resolución en él mismo tiene más de diálogo que de enfrentamiento, probablemente conocer los dos lados pueda ser la mejor opción.
Viven los Kingsman, pero adaptados a los nuevos tiempos, sin ser los típicos estirados de club de campo... ni tampoco unos barriobajeros que no respetan ni a su madre.



Elocuente discurso para una historia que había empezado tratando de legitimar a James Bond (pero el de Roger Moore) y acaba dando más de una patada en la boca a este mundo loco donde la única solución, a veces, parece ser simplemente repartir unas cuántas hostias.
Aunque luego la damisela en apuros nos espere para algo más que un beso... los tiempos han cambiado, y sin duda a mejor.

Nota: 8/10

No hay comentarios:

Publicar un comentario