martes, 12 de marzo de 2013

Antiviral (2012), de Brandon Cronenberg


La enfermedad de la carne sigue siendo el tema en la familia Cronenberg. 
No la carne en general, pero sí como la moldeamos, como la usamos, como la sufrimos... como nuestra existencia en este mundo está marcada por el dolor y su interacción con nosotros.
En un futuro no muy lejano y menos improbable, existen clínicas que almacenan las células enfermas de las celebridades para que el admirador pueda sufrirlas. 
Esto, que alguien tildaría de enfermizo pero no está lejos de pasar, es la base para establecer una sutil crítica sobre la esclavitud a la que nos sometemos por los famosos. No nos basta con dedicarles nuestra alma, también queremos dedicarles nuestro cuerpo.

La histeria domina toda la sociedad: la carnicería de grasas de famosos es otra idea, pero "piratear" con enfermedades supera las expectativas, ya no somos dueños de nosotros mismos, solo servimos para abrazar a aquellas personas que consideramos, casi siempre por belleza, lejos de la condición humana. Es significativo que en ningún momento se diga qué hacen: son actores, estrellas de la TV... solo son picos de perfección humana. 
El blanco, la rectitud, dominan la arquitectura y la decoración, como una capa que oculta todas las verdades y sueños incumplidos de la sociedad. Los múltiples retratos de Hannah Geist (Sarah Gadon nació para ser misteriosa) vigilan, como un Gran Hermano orwelliano sin cámaras, nos basta su simple mirada serigrafiada para creer ser personas que se comportan como tales.


El protagonista Syd March, al que Caleb Landry Jones pone cara y vaya cara, disfruta en una de las escenas más desquiciadas pintando uno de esos retratos con su sangre recién tosida, como quien juega a deformar una imagen y sin quererlo la acerca a la realidad. 
Es fascinante ver su propia lucha interior, él cree que puede controlar sus adicciones al contrario que el gran vulgo al que se las suministra, como si fuera una máquina (escena onírica made in Cronenberg) y sin embargo al final acabará en una lucha desesperada por salvar su propio cuerpo de las enfermedades que no consideraba relevantes.


De bajo la alfombra blanca sigue saliendo suciedad en toda la película: métodos para la vida eterna y sumisa de la celebridad, diseño de las enfermedades de una famosa/marca concreta... era cuestión de tiempo que la vida no fuera más que una etapa, y que las celebridades puedan vivir más allá de nosotros para que los podamos seguir alabando.

Cronenberg padre e hijo siguen estableciendo el retrato grotesco pero verdadero de la Humanidad en el S. XXI. 
Aquella que merma su vida porque acepta con toda frialdad concedérsela a otros.

Nota: 7 / 10

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