domingo, 10 de marzo de 2013

Wolf Children (2012), de Mamoru Hosoda


Como la vida, que simplemente, sucede. 
Una voz de mujer nos cuenta el relato de su infancia poco usual, y la persona, que aun sabiendo nada sobre su condición, en todo momento ofreció su apoyo y su calidez, sin tener idea de las dificultades que traerá el mañana. 
'Wolf Children' se convierte así en un bellísimo réquiem sobre una madre en particular, pero también sobre la confusión que arrastramos todos, sobre quiénes somos y donde estamos.
La licantropía es la condición especial, pero no es algo fantástico, porque lo que sucede se cuela por las rendijas de la realidad sin provocar incredulidad. Parece más otra piedra en el camino, otra pequeña dificultad del día a día. 
Un impedimento que sin embargo no evita que una historia de amor suceda, la belleza puede florecer en el lugar más insospechado y en el terreno más árido.


Día a día, a través de atardeceres sin final y notas de piano, Hana y el chico callado aprenden que todavía les queda esperanza. 
Ella vuelve a experimentar lo inesperado, sentir que se está forjando algo con esa persona y no querer romperlo, él se sorprende de encontrar ternura en lo que parecía una vida solitaria con el estudio como único escape del salvajismo. 
No es un principio ni un final, es un bello paréntesis frente a un futuro inexplorado y todavía incierto.


Cuando la naturaleza se cobra sus muestras de amor y nacen los niños (¿o habría que decir cachorrillos?) el clima sigue siendo el mismo, pero la rutina otra. 
Hay veces que la simple insistencia por un paseo puede resultar horrible, pero otras en las que ver como una cría inexperta destroza paredes puede arrancar una sonrisa. El amor de madre, que ve lo esencial donde otros solo ven molestias.
A medida que los chicos crecen, la llamada de la naturaleza se impone, y la propia identidad se hace más difusa que nunca. ¿Pueden otros aceptarme? ¿puedo hacerlo yo? 
La respuesta nunca es fácil, y nunca es definitiva. Incluso luchando contra ti mismo, algunos te aceptarán y otros no, sea donde sea (aunque permanece que una madre siempre quiere a sus hijos por igual, no importa quiénes acaben siendo).


Las estaciones pasan, primavera, verano, otoño, invierno... y primavera. La melodía de la vida, que nunca se detiene y siempre encuentra nuevas notas que tocar en forma de encuentros inesperados y situaciones fortuitas. 
Los caminos se ramifican y cada vez serán más, ni buenos ni malos, solo diferentes. Algunos no aceptarán que los sigas, pero otros sabrán que debes hacerlo y siempre te querrán, porque saben que lo que eres te acompañará siempre, igual que el afecto que les tienes.

No es raro que la palabra que más se oiga en el film sea "gracias". 
Gracias por quererme. Gracias por aceptarme. Gracias por amarme, sabiendo como soy, y hacerme sentir grande.

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