sábado, 23 de febrero de 2013

Django Desencadenado (2012), de Quentin Tarantino


Tarantino, una vez más, se divierte en su particular revisión de un género mítico.
Esto no está nada mal, pues si hay algo que sabe hacer él es construir escenas y personajes, pero el problema viene de que acaba la marcianada y la sensación de festival de molonidades con poco que contar se hace evidente.
Esto es doblemente lastimoso porque empieza bien la condenada. Empieza MUY bien.
A una increíblemente buena y constante relectura de las reglas del 'western' -brillante asedio al Saloon- sumale un Christoph Waltz en plena forma recreándose en su faceta de 'señorito alemán' al que de repente Django mete en problemas.
Es en ese clima de "película de colegas" donde se mueve gran parte de la primera parte, y que funciona como un reloj porque (casualidad) está firmemente anclada en dos buenos personajes y en los dos actores que los encarnan extrayendo todo el jugo.
Particularmente, creo que hay una escena que los define, demuestra por qué no son iguales, y por qué a la vez siguen juntos. Maravilloso, en serio.
Pero luego llega el Gran Leo.
Otra cosa que no se debe despreciar, porque consigue llevar hasta los extremos un personaje odioso y repugnante, que se tira la gran parte central de la segunda parte explicándote por qué los negros nunca serán iguales que los blancos.
Aunque el mal a esas alturas está hecho, porque Tarantino sacrifica una mínima solemnidad por el choteo puro y duro.
Comprende que si durante toda una hora y algo ha estado viendo una ligera pero a la vez grave película sobre cazarrecompensas en la que Waltz era primera espada y humorista, que luego pasemos a una película donde disparas a alguien con un revólver que parece bazooka y Samuel L. Jackson es un dibujo animado, me cabree.
Sigue habiendo buenas escenas, pero todo parece apuntar a ver si hacemos de Django un icono del género con tanta musiquita épica y escena de cabalgar al sol. Un icono se construye por su carácter, Quentin, no por las escenas molonas que deja.
El pedazo de anticlímax que se forma al final no tiene parangón: dos, DOS veces tiene que volver Foxx a acabar el trabajo, cual videojuego con fases finales. Y Ennio Morricone sonando que no falte.
Honestamente, me he quedado muy a mitad de este nuevo experimento. La crítica a la esclavitud que esgrime Tarantino en todos lados queda totalmente velada, es mero telón de fondo, a nadie le interesa cuando tienes a un tío explotando en primer plano.
Y apostar puramente por el género no es malo, pero hazlo bien, no traiciones tus propias reglas y me cuentes mil historias que no tienen nada que ver argumentalmente y estilisticamente.
'Django Desencadenado' interesa lo que interesan sus personajes y los actorazos que los interpretan, pero pierde el rumbo al meterlos en la turmix de argumentos (¡no hagas puñeteros homenajes! ¡CUÉNTAME UNA HISTORIA!)
Pero que más da, si al final hay un tiroteo enorme con mucha sangre y mucha gente cercenada, más próximo a los Looney Tunes que a Peckinpah, pero bueno. El público se va a reír igual.

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