miércoles, 27 de febrero de 2013

El Atlas de las Nubes (2012), de Tom Tykwer, Andy Wachowski y Lana Wachowski


Como en una sinfonía, 'El Atlas de las Nubes' tiene su núcleo en conjunción de diferentes estilos y armonías dentro de un todo.
Son varias historias, pero a la vez solo una, los rostros y situaciones se repiten, y solo se puede inclinar la balanza hacia un lado para conseguir cambiar el destino.
Es del destino, y no de otra cosa, de lo que hablamos: de esas piezas de ajedrez que no se resignan a su papel en el universo, y tratan de encontrar su camino en el gran tablero de diferentes historias de este mundo. Peones hartos de la tiranía de los reyes.
Personas que luchan, son perseguidas, caen, y vuelven a luchar. Por qué luchan, es poco claro, se apunta a las creencias, a la pérdida del hogar... pero en el fondo luchan por su liberación, que puede que no les llegue, pero llegará a otros mañana.
Saben que serán perseguidos, por los de siempre, aquellos siguen creyendo en un orden que ha de ser respetado, aunque sea injusto, pero no les importa, muchas veces el precio a pagar por alcanzar tu propia felicidad es tener un único momento de brillantez que deslumbre y plante la semilla del cambio en otros.
A lo largo de la historia del mundo, existe la posibilidad de la redención: el personaje de Tom Hanks empieza siendo un ávaro despreciable, y acaba siendo un improbable héroe. Eso sí, acosado por sus propios y ajenos fantasmas, el personaje de Hugo Weaving, que pese a no existir permanece como la fuerza de la irracionalidad y el temor que fue antes.
Quizá tenga que ser así, existimos una y otra vez, y como dice el personaje de Susan Sarandon, con cada acto noble o cada crimen dejamos la puerta abierta a nuestra conciencia siguiente. Estamos condenados a repetirnos, obremos mal o bien.
El rostro que apuntamos con una pistola hoy pudo haber sido el de nuestra hija ayer, el rostro del amante que salvaremos mañana.
Es curioso como se descubre que los grandes gestos la mayoría de veces los forjan pequeños, puede que hasta tontos, hechos.
La burda película sobre el cautiverio de un anciano editor sirve para que en Somni, futura diosa de una minoría campesina, tome forma la filosofía que dará inicio a toda su religión y que inspirará a un pastor a entender el valor de la unión y dejar atrás la discriminación.
No son las inútiles manifestaciones contra una planta nuclear las que encuentran eco en el tiempo, sí lo es la simple conversación sobre ella que mantienen dos personas sobre como cambiará las vidas de muchas otras.
Los problemas no son los que habitualmente se piensan y se buscan muchas soluciones, son los que te sorprenden y no puedes evitar sentir que no hay nada que hacer, que será así.
Y sin embargo, sí hay mucho que hacer, únicamente tú logras cambiar poco, pero a lo largo de las décadas se acabarán sumando los esfuerzos de muchos, como un barco con diferentes remeros al que hay que llevar a la costa sano y salvo.
La gracia está en que tú acabarás siendo todos los remeros de alguna manera u otra, sin dejar de tejer el hilo que tuviste que dejar atrás por la muerte.
La muerte, en este universo, no es más que una puerta que se cruza varias veces, no hay que temerla, pues solo a través de su toque somos inmortales de verdad.
El cielo está tranquilo ya.
Así acaban las grandes historias, cuentos extraordinarios de personas aun más extraordinarias, que buscaron la felicidad de otros... y a su manera, ganaron. Pero no es algo que se sepa, es algo que se ve y siente, que resplandece en otras vidas y en el presente si lo sabes ver.
Lo demás, solo es algo que merezca ser contado de los labios de un anciano a la luz de las estrellas, como el cuento clásico de un mundo que parece nunca llegó a existir.

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